La historia de la familia Pomar, tras 24 días de desaparición, terminó del peor modo. En el transcurso, los medios de comunicación intensificaron lo que habitualmente hacen frente a cada caso que tiene impacto en la opinión pública: vendieron pescado podrido, hicieron pública la vida privada de la familia, dieron crédito a las versiones más insólitas sin ningún tipo de chequeo previo y, principalmente, dejaron crecer un enorme manto de sospecha sobre Fernando Pomar, su probable desequilibrio, violencia y vínculos mafiosos.
A esta altura, pedir ética profesional sería casi ridículo, como pedirle a una gallina que ponga una pera. Pero el morbo armado alrededor del caso, ¿era necesario? A veces pienso que en este país sobran señales de noticias. Este es uno de esos momentos.
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